Columnas

José Asunción Silva

Un poeta entre Gotas amargas

                                                                                                

José Asunción Silva. Considerado como uno de los precursores del modernismo y uno de los poetas más importantes de su generación de modernistas, nació en Bogotá, Colombia,  el 27 de noviembre de 1865, en un hogar conformado por Ricardo Silva Frade y Vicenta Gómez Diago y cuatro hermanos, de los cuales tres perecieron siendo muy jóvenes. Silva viaja en 1884 a París, Londres y Suiza, experiencia que cambia su vida y le da un nuevo sendero a su creación poética. Dos años después regresa a Bogotá y enfrenta al poco tiempo la muerte de su padre en junio de 1987 y la bancarrota, y comienza a trabajar en su novela De sobremesa. En enero de 1891, muere  de neumonia su querida y confidente hermana Elvira, a quien le dedica uno de sus más reconocidos poemas: Nocturno III. El poeta viaja a Venezuela,  se relaciona con la élite literaria y del mundo artístico de la época. En 1995, mientras viajaba de regreso a Colombia, naufragó el vapor en el que viajaba y perdió los trabajos que adelantaba. Intenta reestablecerse economicamente, sin éxito y reescribir el material perdido, pero el poeta desiste de la vida y lo hayan muerto  un 24 de mayo de 1896, cuando apenas contaba con 31 años de edad.

La obra de Silva está compuesta por aproximadamente 150 poemas, la novela De sombremesa y algunas publicaciones breves de prosas y apuntes literarios. En cuanto a su obra, resalta El libro de versos, que comprende una producción de 1891 a 1896 y fue dado a conocer en 1923.  Para Unamuno, Silva fue un hombre de inspiración espontánea e ingenua, un poeta en quien las ideas no eran más que «un mero soporte de sentimientos». Guillermo Valencia lo cataloga como » el artista consumado por excelencia, consciente, irónico, y en absoluto sentimental». La voz de Silva retumba en las Gotas amargas,  que destilan sus bien logrados trabajos, de los cuales solo se puede apreciar su maxime talento y complejidad.

 Al oído del lector

No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.

El espíritu solo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.

Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.

La calavera  

En el derruído muro
de la huerta del convento,
en un agujero oscuro
donde, al pasar, silba el viento,
y, como una dolorida
queja a las piedras arranca,
hay, en el fondo, escondida
una calavera blanca.
De algún fraile soñador
de vida ejemplar y bella
y dedicada al Señor,
en el mundo única huella.
Abre los ojos, sin fondo,
como a visiones extrañas,
y del vacío en lo hondo
forjan telas las arañas.
Húmedo musgo grisoso
recubre la antigua grieta,
donde, en supremo reposo,
descansa ignorada y quieta.
Pero hasta aquella escondida
mansión la brisa ligera
lleva murmullos de vida
y olores de primavera.
Golondrinas, que en sus marchas
dejaron el patrio río,
huyendo de las escarchas,
de las brumas y del frío,
cuando la luz del Poniente
filtra por el hondo hueco
y hace parecer viviente
el cráneo rígido y seco,
desde las negras ruïnas,
alzan sosegado vuelo,
en sus vueltas peregrinas
tocan las ramas y el suelo,
como buscando en el prado,
ya por la tarde, sombrío,
el espíritu elevado
que habitó el cráneo vacío.

NOCTURNO III

Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas
Hasta el más secreto fondo de tus fibras se agitara,
Por la senda que atraviesa la llanura florecida
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca.
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba.
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida,
Y el chillido
De las ranas
Sentí frío. Era el frío que tenían en tu alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada.
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Iba sola
Iba sola
Iba sola por la estepa solitaria.
Y tu sombra esbelta y ágil;
Fina y lánguida
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se juntan y se buscan
en las noches de negruras y de [lágrimas!…